domingo, 9 de mayo de 2010

a Miguel Hernández en el centenario de su nacimiento

Del cielo toda la piedad te debo
y a ras de suelo siempre te proclamo.
A tu frutal llanura me encaramo
y hasta la cumbre de tu ser me elevo.

Por no llamarte con un nombre nuevo,
compañero del alma te reclamo
y a tu fosa común arrojo el ramo
de rosas rojas que en el alma llevo.

No hay ventisca que apague las estrellas
ni luz tan cenital que te haga sombra.
Lo saben los planetas que atropellas

con esa voz caudal que los asombra,
y quienes van en busca de tus huellas
por el perpetuo barro que te nombra.

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