En esta coyuntura, inerme como yazgo
frente al protagonismo corsario de las Musas
-profundamente harto de tanto madrinazgo-,
a todos los lectores, presento mis excusas.
Pero es que ya no acierto a controlar la boca,
que en un continuo salmo confidencial se obceca,
ni alcanzo a desprenderme del cielo que me toca,
por más que me libero del llanto que me seca.
Me atropellan los versos saliendo en estampida
de las íntimas cárceles y los castos burdeles,
arrogantes, dispuestos a jugarse la vida
por un mísero instante de gloria en los papeles.
Unos vienen rimando su eterna consonante,
otros acompañados de un chirrido de fondo.
Están luego los fatuos -que no hay quien los aguante-,
y los desaprensivos, y los que miran hondo.
Como atletas del verbo, superan los obstáculos
que opone la sintaxis a su jovial denuedo;
dirigen y producen sus propios espectáculos
y son extraordinarios creyentes de su credo.
Galopan en manadas de sordo anonimato,
bestezuelas despiertas a toque de campana;
a veces los esquivo, a veces los combato,
me pasan por encima cuando les da la gana.
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