Sostiene Poesía la única batalla
en que los muertos hablan con voces resonantes.
En la guerra del tiempo hay quien no da la talla
y hay quien da la medida del ahora y del antes.
La ley que preconiza mi pluma generosa
establece el derecho del llanto al desgobierno,
impone servidumbre de inocencia a la rosa
y al verso los deberes de ser nuevo y eterno.
Diseño un leve caos, mientras el sol me arrulla,
entresacando claves del cielo estremecido
-protesta Poesía, aunque la culpa es suya
por haberme dotado de forma y contenido-.
¡Oh, espejo predilecto de los amados dioses,
fuente testimonial, inmaculada vía!,
no dejes de asediarme, no cedas, no reposes
hasta ver culminada tu obra en mi porfía.
El trabajo consiste en componer ausencias,
el descanso en tomar conciencia creadora,
la paga es una suma de todas las carencias
y el soñado retiro siempre llega a deshora.
Satisface, no obstante, ser la llave maestra
que, de Naturaleza, abre los mil cerrojos
y también se agradece poseer mano diestra
para escribir al mudo dictado de los ojos.
Se desanima el fuego, torna a su vieja infancia
de veloz movimiento y oscuridad remota,
ante el fulgor nativo de mi primera instancia,
la palabra radiante de inaccesible cota.
Desfallecen los hielos del ártico incorrupto,
los témpanos ardientes se desmayan de frío,
y las cumbres padecen el fenómeno abrupto
de mi crudo silencio torturado y vacío.
Porque llevo en la frente la genuina marca
del sometido Imperio, la Sociedad Secreta,
el signo de los tiempos, ¡la insignia de Petrarca!,
el pálido estandarte del último poeta.
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