A veces tengo nada que decir
y lo digo con todo en la garganta.
Son esos nombres propios de las cosas
que me inducen un débil entusiasmo.
A veces se me ocurren los silencios,
trascienden la muralla de la voz
-no salen de mi asombro
y reinciden en su noble abismo-.
Por cierto que no finge la miseria,
que los sucesos no se escandalizan
ni se ofenden las rosas.
A veces tengo un algo en el espejo,
un aire de saber lo que me digo,
una fatalidad ajetreada.
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