A tono con la frente iluminada
y con el rosicler de la mejilla,
el faro redentor de la mirada
que alumbra más que el fuego cuando brilla.
A tono con la voz, tan afinada
que rompe el fresco molde de su arcilla,
la frívola cadera que traslada
su fina redondez a la rodilla.
A tono con el vértigo del cuello,
moderno y vertical, como la rosa,
el mérito constante de la espalda.
Sin olvidar la fama del cabello,
que ni revolotea ni reposa,
a tono con el vuelo de la falda.
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