domingo, 9 de mayo de 2010

verte

I

Verte así, con la luz hecha una sombra,
la sonrisa en los labios enjaulada,
los ojos derivados hacia arriba
y la mítica estampa
reventando la fibra del espacio
a punta de navaja.

Verte despampanantemente absurda.
Verte con la belleza legendaria
hecha una sombra belicosa y cierta
como una luna blanca.

O darle tiempo al tiempo y verte luego
brillando luminosa, tierna franja
de piel en el vacío impronunciable,
estrella en el confín de la galaxia.

Mejor verte de lejos que no verte,
espalda contra espalda.

II

Artífice del cosmos que te avienes
a construir murallas
y gigantescas torres
que merecen el nombre de montañas,
pues no me dejan ver tu fortaleza
de carne y esperanza,
extravagantes muros
coronados de almenas y de estatuas
que oscurecen naciones
y establecen un área
de penumbra constante,
de tormenta perfecta y lluvia ácida.

Insidiosas paredes,
estas cuatro paredes de mi casa
que censuran el rombo de tus ojos
y tienen tu sonrisa encarcelada,
que no me dejan verte las rodillas,
ni hablar del vuelo alegre de tu falda,
y ni siquiera verte en el espejo,
perdida en la distancia.

III

Verte a solas -¡qué sola y qué bonita!-,
al filo de una insólita mañana,
cultivando más flores que ninguna,
callando más palabras.

A solas con las cosas que no estorban:
la tierra contagiosa, el cielo, el alma…
Mejor con el silencio que conmigo,
¡qué mal acompañada!

O verte de perfil y luego verte
diciendo las verdades a la cara.
Contigo, la verdad,
conmigo solamente la mirada.

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