No recorre mi boca un solo desaliento
que no tenga que ver con tu belleza oscura,
ni me viene a los ojos un solo miramiento
ajeno a los que tengo contigo y tu figura.
Me tienes amarrado con una soga negra
y con una cadena de eslabones contrarios;
diría que mi grave cautiverio te alegra,
pero sólo lo dicen mis versos lapidarios.
Comulgo en tus iglesias, asciendo a tus altares,
me atrevo a musitar tu blanco Ave María.
Me impregno de tus dogmas y credos seculares
para pecarte a fondo también en teoría.
Admiro los desplantes que tu desdén construye
a partir de unos ojos distantes y unas manos
absortas en la sombra nidal que las engulle
y las estampa un sello de gestos inhumanos.
En estas condiciones, mantengo la esperanza
al pie de tus cañones y en tratos con la espina.
No sé cómo explicarte qué poca luz me alcanza
y qué oscurecimiento final se me avecina.
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