domingo, 9 de mayo de 2010

décimas

Vuelvo al episodio uno,
amor con amor se paga.
He aprendido a usar la daga
y a practicar el ayuno.
Y, por eso que reúno
aptitudes suficientes
para hincarle uñas y dientes
a la eterna Poesía,
vuelvo por donde solía,
¿dónde están mis contendientes?

--


Húyanme despavoridos
los dulces versos paganos,
abandónenme los sanos
y acérquense los heridos,
que para hablar de estallidos
se precisa una escritura
densa de sangre en su altura
y sagrada en su elocuencia.
Pura palabra, en ausencia
de otra palabra más pura.


Estallaron los misales;
tu pelo, factor del viento,
junto a la aguja, el portento
de tus trenzas siderales;
maniobras orquestales
sobre las hondas campanas,
tus carcajadas livianas
enarbolando al desgaire
una variación del aire
-juntas tus manos cristianas-.
...


Se me ha echado el tiempo encima
con todo su ingente peso
de modo que en cada hueso
siento su inhóspita estima.
Le ruego que se reprima,
que no dispare su flecha,
pero encima se me echa
con todo su peso ingente
de modo que abre en mi frente
cada segundo una brecha.
...


Llevo por el agua un verso,
me llueve un sol de poeta,
de la A bajo a la Z
y subo en sentido inverso.
Mi nombre no es universo
es joven y azul estrella,
mi llanto es una centella
y mi palabra un retorno.
Dejo los versos de adorno
lo mismo que dejo huella.
...


Vengo de mucho poeta
a perdonarme la frase
y a darle al verso la clase
de luz que menos le aprieta.
Traigo la artesa repleta
de cachivaches modernos,
fuegos de falsos infiernos
y trascendentes vacíos.
Vengo de versos tan míos
que me parecen eternos.
...


Sábado de frutería;
reventando de pureza
las horas, el día empieza
a hilar su alborada fría.
Mercado y algarabía
inauguran su jornada.
Ella despierta lavada,
peinada de primavera,
reventando la primera
de pureza inmaculada.
...


Leve, la nieve se agacha
en la poderosa nube
que del océano sube
inmaculada y sin tacha.
Breve, con la luz despacha
antes de iniciar el viaje
al lienzo de mi paisaje.
¡Qué lúcido su descenso
sobre las cosas que pienso!
¡Qué extenso su aterrizaje!
...


¿Qué te di que fue tan poco?
¿Qué no te di que era tanto
que creció tu desencanto
hasta volverme a mí loco?
¿Qué te di que ciego choco
contra las puertas que abrías,
que mis manos no son mías
ni es mía esta muerte lenta?
¿Qué no te di que hoy intenta
darme estas manos tan frías?
...


¡Cuerpo de nuevo hecho trizas!,
¿dónde tu salud?, tu estampa,
¿dónde en su estatura rampa?,
¿dónde te materializas?
¡Oh, reducido a cenizas!,
cuerpo que fue a manos llenas
sangre y más sangre en las venas,
vida y más vida en los ojos.
¡Oh, reducido a despojos,
memoria, recuerdo apenas!
...


Tropecé en el pensamiento
que pensabas y pensabas,
y me trabé entre las trabas
del íntimo desaliento
con que dejabas que el viento
esparciese tus ideas
sobre un mar de chimeneas.
Fue con tu melancolía
que me tropecé aquel día,
lo creas, o no lo creas.
...


Se enfundó la noche el día
en su negra cartuchera
y se dispuso, altanera,
a extender su luz sombría
sobre el tiempo, que yacía
en paz tras de esclarecido...
¡Qué notable parecido
creyó adivinar entonces
entre sus lóbregos bronces
y los que había extinguido!
...


Estaba anoche mirando
la noche -de estarme en vela-,
como quien mira y recela,
al verse quieto observando,
de su propia vista, cuando,
entre los morbosos grises,
divisé -¡no lo divises!-
un lago de sangre amarga.
Ha sido una noche larga.
Si amanece, ¡no me avises!
...


Le pregunto a la palabra,
¿es esto la poesía
o es sólo caligrafía,
surco que mi pluma labra?
Me aconseja que no abra
al verso tan de repente
la espita del inconsciente,
que me remanse en el signo.
¡Pobre labrador indigno
que soy de mi propia mente!
...


Hago de vejaminista
-actualizado Petronio-
haciendo caso al demonio
que me disfraza de artista.
A la voz que se me enquista
en el verso zalamero,
le opongo otra voz, de acero,
para sacarla del lodo.
Y si me cuesta, me jodo.
Lo primero es lo primero.
...


Me duele y dejo constancia
del sufrimiento en un grito,
me duele y dejo, repito
-disculpen la redundancia-,
con deprimente elegancia,
constancia de mis pesares,
mis demonios familiares
y los sólo conocidos
de vistazos y gruñidos
como voces militares.
...


Encarcelada en un foso
la voz que fuera Himalaya
de las voces y ahora calla,
menoscabada hasta el poso.
Susurro menesteroso,
vocecilla demacrada
que a fuer de ser delicada
fuera delicada aguja
de las voces y hoy dibuja
silencios en la estacada.
...


La Luna me tiene en vilo,
sumido en cuarto menguante
con tanto claro desplante
y tanto rielar tranquilo.
Le pido auxilio y asilo,
limosna, piedad, clemencia
y, rayando en la insolencia,
me atrevo a pedirle cielo.
Me da una sombra en el suelo
y me la llena de ausencia.
...


Te escribo un ciprés. Te escribo
un cementerio de piedra
donde hasta el alma se arredra.
Te digo un ciprés nativo
del camposanto, cautivo
del pasado y de la roca.
Lo escribo y la tinta es poca;
lo digo y es poco el eco
que produce el llanto seco
de mis ojos en tu boca.
...


Suelo que mañana tumba
será con mi cuerpo dentro
y esta mañana es el centro
de un mundo que se derrumba.
Suelo que al paso retumba
de los carruajes del Hades;
¡tierra de calamidades
que hoy registra mi desgana
y registrará mañana
mis últimas voluntades!
...


Huérfanos de amaneceres,
se me suceden los días,
¡qué tardes pardas y frías
de mis futuros ayeres!
Como el día en que te mueres
o el día del nacimiento
-ambos en busca de aliento-,
así son mis días largos
-los cortos son tan amargos
que ni siquiera los cuento-.
...


En todas las direcciones
del verbo soltando lastre,
nombres de sólido arrastre,
adjetivos remendones,
pausas, interrogaciones
y cosas por el estilo:
gramo a gramo, kilo a kilo
de verborrea asesina.
Ventilándome la ruina
vendavales de sigilo.
...


Para solaz de la tierra
y disturbio de mi alma,
desciende la lluvia en calma,
¡qué declaración de guerra!
Dispara la luz y yerra
sobre mis ojos abiertos,
acierta la lluvia, hay muertos:
registran bajas las filas
de mis vencidas pupilas
y de mis párpados yertos.
...


Hiriéndome todo el pecho,
dardos, flechas y saetas,
puñales y bayonetas,
con idéntico provecho.
Por el costado derecho,
espadas de doble filo;
teniéndome el alma en vilo,
por el izquierdo, una lanza
y, cerrando la matanza,
más cosas por el estilo...
...


Velódromos saturnales
fueron a cubrir mis ojos
-los párpados infrarrojos,
las órbitas infernales-
en busca de materiales
para obrar la Poesía.
Búsqueda estéril, ¡no había!
Así que entornaron presto,
descomponiéndome el gesto,
y usé los que ya tenía.


Usé los que ya tenía:
el dolor en el costado,
el pecho deshabitado
del alma que allí solía
divinizar mi alegría
con un soplo decadente,
la soledad (solamente
la que me brinda tu ausencia)
y la vana inteligencia
que tengo de inteligente.
...


Se condensó la materia
y se formaron mil soles
que estremecieron sus moles
presos de cósmica histeria.
Salieron de la miseria
los átomos torrenciales
y dieron luz a raudales
al universo infinito
poniendo en el cielo el grito
de sus piruetas mortales.
...


¡Qué injusto el cielo nocturno
con tus labios se me antoja!
Mas en vano sombra arroja
y en vano malgasta el turno
que le cede el fuego diurno
en abatirse de pleno.
Tus labios son del sereno
color del alba gloriosa...
¡Más rosas que rosa el rosa
que el alba guarda en su seno!
...


Una profesión honesta
tu oficio de desamores
(aunque a mí me cueste horrores
decirlo, que me los cuesta).
Para ocupación funesta
la mía de enamorado:
mucho tajo, mal pagado
y siempre con la del pobre,
antes reventar que sobre,
siempre, de amor, reventado.
...


Recogido en esta cueva,
el tiempo se me amontona,
¡carga que no me abandona,
siempre igual y siempre nueva!
Me da lo mismo que llueva
o que salga el sol radiante:
no queda del caminante
que hiciera al andar camino
sino el recuerdo anodino
de un tiempo menos cargante.
...


Digo que el silencio miente,
digo que miente con saña,
que miente, traiciona, engaña,
y que nunca se arrepiente.
Digo que el silencio siente
voces llamando a su puerta
y que cuando alguna es cierta
la persigue y la enmudece.
Digo que vive en el trece
de una avenida desierta.
...


¡Qué antigua mi voz, qué antigua!
Tiene millones de años...
Millones de ecos extraños
en su caverna amortigua
y una solidez ambigua
endurece su sonido.
¡Qué turbia mi voz!, qué ruido
hace, como de campanas
tocando a muerto -sin ganas,
como con cierto descuido-.
...


Febrero muerde que muerde,
más tarde, morderá marzo...
Todos los meses me enzarzo
en la misma zarza verde.
Febrero no se lo pierde;
muerde con saña y bravura
en tanto dura -que dura-
su renacimiento diario.
No hay fecha en mi calendario
-¡qué triste!- sin mordedura...
...


De tu verso, beso a beso,
injerto en mi flébil rama
la base de tanta llama,
cárcel de tan poco preso.
Me clavo un verso hasta el hueso
y brota la savia ardiente,
hinco en la herida la frente,
recién descubierto el mundo,
y en su certeza me hundo,
solo con mi sola mente.
...


Presa en un trance de hielo
mi escuálida sombra negra,
sujeta por una hebra
de luz al helado suelo.
Lívido el rostro y el pelo
encanecido y reseco,
las manos haciendo hueco
al cielo que me reclama
y el alma presa en la llama
de los pecados que peco.
...


No es tu cintura de arena
lo que mi palabra trata,
con pinceladas de plata,
de reflejar, es tu pena.
No es la sangre, ni la vena
por donde discurre ardiente,
ni es el corazón caliente
lo que crepita en mi pecho.
Lo que palpita, de hecho,
es tu pena, solamente.
...

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