domingo, 9 de mayo de 2010

poeta

¿Acaso pide el viento perdón a la palmera?
¿Le pide el loco al cuerdo perdón por estar loco?
¿se excusa ante su presa alguna fiera?
Pues, si ellos no lo hacen, yo tampoco.

Sin embargo, me doy sordos golpes de pecho
cuando advierto la sombra que proyecta mi alma
sobre las soledades de mi estrecho
deambular por el reino de la calma.

Estoy hecho un poeta de los de mala espina,
de los agradecidos amantes de sí mismos;
el don impetuoso me domina
con su densa panoplia de espejismos.

Me junto con los grandes de la literatura
y con ellos almuerzo los tomos nauseabundos,
su labia estomagante me tortura
y me aboca a la guerra de los mundos.

Recuerdo mi palabra, diminuta, cautiva,
que asolaba con ella el tiempo y el espacio...
¡Y que ahora no encuentre quien la escriba
entre todas las plumas de palacio!

En posición de firmes -pues no tengo descanso-,
del ser humano aguardo el paso rutilante.
¡De entre todas las plumas, la de ganso
tenía que nombrarme comandante!

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